diumenge, 13 d’octubre del 2019

Corazón

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». (Lucas 10, 25-37)


     Dios mio, Padre, te amo con todo el corazón.
Pero es un corazón tan pequeñito, tan seco, como una chufa...
¡Enséñame a amar!

Se lo pido a Dios muchas veces. Es como una oración en tres palabras. La aprendí de san Josemaría Escrivá. Me parece verlo: con los ojos y los puños cerrados, gritando esa jaculatoria. Me sorprendió, porque estaba delante de un grupo de jóvenes. Le hacían preguntas y él respondía espontáneamente. Me sorprendió porque era evidente que le salía del corazón, que clamaba con todo el corazón. En ese instante, se diría que allí no había nadie más, sólo él, y Dios. Y se diría que en esa petición encendida le iba la vida.

Años atrás había oído en su corazón como un reproche divino:       Obras son amores, y no buenas razones. Y me atrevería a decir que, aunque no quería ser modelo de nada, en eso podríamos aprender mucho de él. Me viene ahora a la cabeza lo que dijo en otra ocasión:
     No he tenido que aprender a perdonar, porque Dios me ha enseñado a querer.


Allí donde esté tu tesoro, estará tu corazón. (Mateo 6, 21)

El tesoro de una madre es su hijo. Su corazón se agranda, amándole sin cálculo, sin medida.
Dios alimenta al bebé con los pechos de la madre, le abraza con los brazos de su padre. Ama con el corazón nuestro, y en la medida en que amamos, nos hacemos semejantes a Él.
Al que sabe amar se le nota hasta en la cara: se diría que lleva una luz verde encendida, que invita al abrazo. Te acoge siempre con una sonrisa. ¡Hasta los perros y los gatos le hacen fiestas!
Esto me recuerda otro comentario de san Josemaría. A alguien que se quejaba por las críticas de quienes pensaban que era excesivamente generoso con su chucho, le dijo:
     Si tienes buen corazón con tu perro, también lo sabrás tener con las personas.


“Corro por el camino de tus mandamientos porque has dilatado mi corazón.”  (Salmo 119, 32)

La vida nos enseña a querer. Dios nos pone en situaciones que exigen una respuesta generosa. Y nos agranda el corazón para que seamos capaces de responder con generosidad.

Por las noches, cuando subo la escalera hacia mi habitación, a través de una ventana que mira al norte, me sorprende la vista del templo del Tibidabo, iluminado, coronado con una imagen del Sagrado Corazón.



El Sagrado Corazón... Más allá de la imagen, que nunca me había dicho nada, ahora veo ese corazón que es a la vez humano y divino. Me atrae como un imán. Me muestra su dolor por nuestras faltas de amor: por nuestra indiferencia ante el dolor ajeno, ante la soledad de los ancianos. Comparte su dolor conmigo, me hace partícipe de su dolor. Agranda mi corazón, y comprendo cuán grande es su corazón, y cuán grande es su compasión, y por qué se conmueve ante las gentes que andan como ovejas sin pastor, y porqué llora al considerar que no hemos querido acogernos bajo sus alas, bajo su protección.

Stabat Mater:
Hazme contigo llorar...

Fac me tecum semper stare iuxta crucem Iesu! 
    ¡Haz que esté siempre contigo junto a la cruz de Jesús!