dilluns, 27 de maig del 2019

Danos paciencia, Señor


El número de tontos es infinito” (“Stultorum infinitus est numerus”). La frase se la han atribuido a diversos sabios y pensadores, como Salomón y Cicerón, pero en realidad corresponde a la Biblia, al libro del Eclesiastés 1.15.

Y hay que reconocer, aunque suene mal, que el de hijos de puta también es inconmensurable. Eso no quiere decir que el mundo esté lleno de mujeres de mala vida. La expresión se suele emplear en sentido figurado, más que literal. Tuve un profesor de Filosofía que, para aclararnos el significado de las expresiones latinas “per se” y “per accidens”, nos explicaba:      “Hay tres clases de hijoputas: per se, per accidens, y esférico. El hijoputa per se es aquél que es un hijoputa sin que su madre tenga ninguna culpa. El hijoputa per accidens es el que, siendo una buena persona, desconoce quién fue su padre, porque su madre… en fin. Y el esférico es el que, lo mires por donde lo mires, es un hijo de puta."

Me dirigía hacia la parada del tranvía, cuando vi un turismo que aparcó en la acera opuesta en una fracción de segundo, haciendo una maniobra espectacular que nunca había visto, ni en las películas de acción. El conductor salió, visiblemente enfurecido, gesticulando, y gritó:      “Ven aquí. No te escondas, hijo de puta.”
Un motorista, que iba detrás, se desvió por una rampa y desapareció en un aparcamiento subterráneo. El energúmeno intentó alcanzarlo, pero no llegó a tiempo. Por lo visto, como ocurre a menudo, el motorista había hecho una maniobra arriesgada, jugándose la vida sin ninguna necesidad, y le había dado un susto de muerte al conductor del coche. El conductor le increpó, y el motorista, por lo visto, le respondió con alguna lindeza. Y se montó el sainete.

Me acerqué y le aconsejé:      No te quemes la sangre, con esta clase de gente más vale apartarse. Mira: un médico me contó que cuando estudiaba Medicina en la Universidad de Zaragoza, había dos catedráticos que se llevaban bastante mal. Y un buen día, cuando cada uno iba seguido de un grupo de estudiantes, se encontraron en un pasillo relativamente estrecho. Se detuvieron durante un tenso instante, y uno de ellos, señalando al otro, dijo en tono amenazador: “Yo nunca me aparto ante un hijo de puta”. Y el otro se apartó y dijo: “Yo, siempre”.


Pues eso: para que haya pelea hacen falta por lo menos dos que quieran pelear. Si uno cede, no hay pelea.